Winston Churchill y la vida extraterrestre: la faceta oculta del famoso lider británico (primera parte)
Winston Churchill (1874 – 1965), el más célebre Primer Ministro del Reino Unido, es conocido en todo el mundo como el enérgico lider de los ingleses durante la Segunda Guerra Mundial, como uno de los políticos más influyentes del siglo XX, como un historiador clarividente y un orador de excepcional elocuencia. Menos conocido es su talento literario, que lo hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1953 por “su maestría en la descripción histórica y biográfica, y su brillante oratoria, en la que defiende exaltadamente los valores humanos”. Como si esto no fuera suficiente, este virtuoso de la versatilidad tiene una faceta adicional. Una faceta que entre tantos otros talentos ha permanecido oculta, incluso para sus más fervientes admiradores: su pasión por la ciencia y tecnología; y, en particular, por la ciencia espacial.
A los 22 años, durante su servicio militar en la India, Churchill leyó el “Origen de las Especies” de Darwin y variados artículos sobre problemas de la física. En las décadas de los 1920 y 1930, publicó ensayos de divulgación científica sobre temas como la evolución de los seres vivos y sobre biología celular. En una edición de 1931 de la revista Strand publicó un artículo sobre su visión del futuro proyectado hacia los próximos 50 años. Ahí describió con notable lucidez el potencial de la fusión nuclear: “Si los átomos de Hidrógeno en una libra de agua podrían ser aprovechados para formar Helio, se ganaría suficiente energía para operar un motor de mil caballos de fuerza por un año entero"
Era el año 1939 y se avecinaba el conflicto más desastroso de la historia del continente europeo. La anticipación de una guerra sumergía a Gran Bretaña en un ambiente de presagios ominosos. Pero incluso en esos momentos de incertidumbre y turbulencias, el entonces Primer Ministro británico Winston Churchill era capaz de abstraerse de las preocupaciones de la política y tomarse el tiempo para recorrer - en pensamientos - las lejanías del espacio y llevar a papel sus reflexiones sobre la posibilidad de seres inteligentes en el cosmos (era un escritor prodigioso, con un promedio de varios miles de palabras al día a lo largo de su vida). Este ensayo nunca ha sido publicado, pero el manuscrito fue revisado y presentado por astrofísico Mario Livio en la revista Nature a principios de 2017.
Dada la versatilidad de Churchill, no es sorprendente haya reflexionado sobre la vida en el espacio, pero tal vez hubo un evento clave que gatilló su interés: Churchill comenzó su ensayo después de la emisión en Estados Unidos del radioteatro “La Guerra de los Mundos” de 1938 (una adaptación de la historia de H. G. Wells) que había generado la "Fiebre de Marte" en los medios de comunicación. Desde finales del siglo XIX circulaban especulaciones sobre la existencia de vida en el planeta rojo. En 1877, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli creyó ver marcas lineales en Marte (“canalí”; traducido incorrectamente como “canales”), supuestamente construidas por alguna civilización avanzada en Marte. Al final, estos canales resultaron ser ilusiones ópticas, pero la idea de que Marte pueda estar poblado por “marcianos” quedó instalada en la cultura popular.
El razonamiento de Churchill anticipa muchos argumentos modernos en Astrobiología. En esencia, se basa en el “Principio Copernicano” — la idea de que, ante la vastedad del universo, es improbable que la Tierra – y sus pobladores humanos - representen algo único e irrepetible. Churchill comienza definiendo la característica más importante de la vida — en su opinión, la capacidad de "reproducirse y multiplicarse". Se concentra en "la vida comparativamente altamente organizada", presumiblemente multicelular. Su primer punto es que "todo ser vivo que conocemos necesita agua". Destaca que es ella la que compone, en gran parte, los órganos y las células. Hoy, la presencia de agua en forma líquida todavía orienta nuestra búsqueda de vida extraterrestre: en Marte, en las lunas de Saturno y de Júpiter o en planetas extrasolares. Además de ser esencial para la aparición de la vida en la Tierra, el agua es abundante en el Cosmos. Es un solvente universal maravilloso — casi todas las sustancias se disuelven en el — y puede transportar una gran variedad de productos químicos dentro y fuera de las células.
Churchill define entonces lo que se conoce hoy como la “zona habitable”, la franja alrededor de una estrella que no es es ni demasiado fría ni demasiado calurosa para que pueda formarse agua líquida en la superficie de un planeta rocoso. Sugiere que la vida solo puede sobrevivir en regiones "entre unos pocos grados de congelamiento y el punto de ebullición del agua". Explica cómo se fija la temperatura de la Tierra por su distancia al Sol. Churchill continúa explicando la capacidad de un planeta para retener su atmósfera, y explica que cuanto más alta la temperatura de un gas, tanto mayor es la velocidad con la que se mueven sus moléculas y la facilidad con la que pueden escapar de la atmósfera al espacio. En consecuencia, se requiere una fuerza de gravedad poderosa para que, en el largo plazo, el gas que compone la atmósfera se mantenga sobre la superficie de un planeta. Considerando todos estos elementos, Churchill concluye que Marte y Venus son los únicos lugares del Sistema Solar que, como la Tierra, podrían albergar vida. Descarta los planetas exteriores (demasiado fríos); Mercurio (demasiado caluroso en el lado soleado y frío en el oscuro); y la Luna y asteroides (tienen una gravedad demasiado débil para retener atmósferas).
Lo sorprendente de este ensayo no es solo que Churchill se haya aventurado a explorar las posibilidades de la biología extraterrestre, sino que la manera en que hila sus argumentos muy similares a la forma de pensar de los investigadores contemporáneos. Sin duda, era un hombre adelantado a su tiempo con un pensamiento excepcionalmente visionario. Esto se verá con aún más claridad en la segunda parte de esta serie, cuando revisemos sus ideas sobre la vida en planetas extrasolares.